Una Sociedad Moribunda
¿Qué nos depara el futuro? Esta pregunta es
formulada por los adultos y jóvenes de hoy y de siempre. Querer saber qué
y cómo será el mañana es algo natural, y más, cuando se vive en medio de
incertidumbres, pobrezas, enfermedades, hambres, guerras, inmoralidades y
delincuencias galopantes. Los padres quieren brindarles a sus hijos un futuro
más prometedor y con menos carencias. En otras palabras, todos los seres
humanos deseamos ver un mundo más justo y solidario, donde los hombres puedan
vivir en armonía y en paz unos con otros. ¿Quién no sueña con una sociedad más
justa en donde todos los hombres vivan contentos y sin temores? ¿Quién no
anhela vivir en un mundo donde las enfermedades hayan sido vencidas, y la
muerte haya sido conquistada por la inmortalidad? No creo que a nadie le plazca
pensar en que la muerte algún día le alcanzará, y que lo separará de sus seres
queridos. Todos los hombres tienen el deseo de vivir con salud y eternamente.
Esto lo dice claramente la Biblia con estas palabras: “...y ha puesto
(Dios) la eternidad en el corazón de ellos (los hijos de los hombres)” (Eclesiastés
3:11).
Ahora bien, ¿acaso Dios ha puesto en el corazón de
los hombres el deseo por la eternidad, para luego hacerlos mortales? No lo
creo. Dios ha puesto el deseo de la eternidad en el corazón de los hombres con
el propósito de que ellos lo busquen a Él como la verdadera fuente de la eternidad. Sólo el Dios vivo y Eterno
puede ofrecer la eternidad, no los mortales. Pero los hombres no comprenden que
sin Dios ellos jamás podrán vivir para siempre, y que la ciencia jamás será un
sustituto del único y sabio Dios, quien es la fuente de la vida. Dice la Biblia así: “Jehová mata, y él
da vida; él hace descender al Seol (sepulcro), y hace subir. Jehová
empobrece, y él enriquece; abate y enaltece. Él levanta del polvo al pobre, y
del muladar exalta al menesteroso, para hacerle sentarse con príncipes y
heredar un sitio de honor. Porque de Jehová son las columnas de la tierra”
(1 Samuel 2:6-8).
La Fórmula Secreta
Para Vivir Eternamente
Los
alquimistas indagaban sobre los misterios de la vida y la materia. Y los
científicos de hoy pretenden ser dioses manipulando la genética de los seres
vivos para “crear” vida. También hay doctores, bioquímicos, patólogos,
microbiólogos y farmacéuticos que crean nuevos y revolucionarios medicamentos
para combatir mortales enfermedades y así prolongar la existencia animal y
humana. Hoy, en los albores del siglo XXI, la esperanza de vida es mucho mayor
que hace cien años atrás. Antes, la gente moría debido a simples infecciones
que hoy son fácilmente combatibles con antibióticos específicos. También hoy se
habla de los avances médicos contra el flagelo del cáncer, y ya hay esperanzas
de eliminar las células cancerígenas que hace diez años atrás gracias a la
genética. La ciencia verdaderamente ha traído un mayor bienestar a la
humanidad. No obstante, la ciencia misma ha descubierto la desintegración del
átomo, y como resultado, los científicos han podido fabricar las bombas
atómicas que hoy pueden barrer del planeta a todo género de vida existente en
pocos minutos. Las avances científicos tienen dos caras opuestas: la prolongación
y la destrucción de la vida. En realidad, se puede
confiar en los avances científicos, pero también se les puede temer. Ya vemos cómo
los científicos están creando nuevas armas químicas y biológicas que podrían
destruir a millones de seres humanos y animales, rápida y cruelmente. También
la ciencia de las comunicaciones ha avanzado tremendamente en estos últimos
años, que fácilmente podemos enteramos de las noticias mundiales con sólo
apretar un botón. Sin embargo, este progreso increíble de la información a
través de la radio, la televisión y la computadora tiene su lado oscuro, pues
también sirven para propalar veneno, violencia, corrupción y mentiras. La
ciencia tiene obviamente su lado oscuro que nos preocupa mucho, y ella,
definitivamente, no es la respuesta para una vida de paz segura y duradera.
Pero como dice la Biblia en Eclesiastés 1:18: “Porque en la mucha
sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor”. ¡Cuán ciertas son estas palabras del rey
Salomón en estos días!
Ahora
bien, ¿cuál es la fórmula secreta para obtener la vida feliz y eterna? La
Biblia tiene la respuesta concreta y directa a esta crucial interrogante. En
primer término, la vida eterna es un regalo de Dios para los que creen
en él. Jesús lo dijo claramente, cuando al orar al Padre dice: “Y esta
es la vida eterna; que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien ha enviado”
(Juan 17:3). Aquí Jesús habla de un conocimiento o ciencia verdadera
que conduce a la vida eterna---¡el conocimiento de Dios y Su Hijo! Quien
conoce a Dios puede obtener la vida eterna. No es el conocimiento de la
ciencia mundana sino la ciencia o gnosis (conocimiento) de Dios.
Pero, ¿cuántos conocen a Jesús y a Su Padre? ¡Muy pocos!
Conociendo al
Padre y al Hijo
En colosenses
1:9 descubrimos que Pablo oraba con Timoteo para que la iglesia en Colosas
fuese llena del conocimiento de la voluntad de Dios. Notoriamente
para Pablo, conocer a Dios era conocer Su voluntad. No es una cuestión
de conocer la apariencia de Dios, sino más bien, Su carácter y voluntad.
Conocer a Dios es saber qué piensa y exige Él de sus criaturas humanas. Millones
andan a ciegas porque no conocen a Dios, y no entienden el porqué de su
existencia en esta tierra. Es por esta infausta situación que Cristo vino a dar
a conocer a Su Padre a los hombres, a través de sus hechos y enseñanzas (Juan
1:18, Juan 14:6-10). Él vino a liberarnos del diablo y de sus mentiras, pues
recordemos que Jesús y Pablo señalaron a Satanás como el Padre de la mentira, y
el obstructor de la verdad (Juan 8:44; 2 Corintios 4:4).
Jesús,
por tanto, dio mucha importancia al conocimiento o ciencia que lleva a
la inmortalidad. Es una ciencia o conocimiento espiritual que debe ser
aceptado con fe y humildad; sin objeciones ni burlas. Y en 1 Timoteo 2:4,
Pablo le escribe a Timoteo lo siguiente: “el cual (Dios) quiere que todos
los hombres vengan al conocimiento de la verdad”. Aquí Pablo
habla del conocimiento de la verdad, verdad ésta que se encuentra en
Jesucristo mismo (Juan 14:6). El conocimiento de Dios y de Cristo equivale al
conocimiento de la verdad. Conocer a Dios y a Su Hijo es conocer la luz, la
verdad, la salvación, y la vida eterna. Todos estos puntos se concentran en el
Padre y Su Hijo. Jesús y el Padre son UNO (Juan 10:30), pues ambos están unidos
en voluntad y propósito. Esto significa que ambos concuerdan perfectamente y no
se contradicen. Si dos no estuvieran de acuerdo, no podrían andar juntos. Lo
que Jesús enseñó era la doctrina de Su Padre, y él la enseñó con mucha fe y
seguridad a mucha gente.
Si uno
se pregunta cuál es la voluntad de Dios para con nosotros, diríamos dos cosas
básicas: 1).- Nuestra santidad de vida (1 Tesalonicenses 4:3), y
2).- Que creamos en su Hijo (Juan 6:40, Juan 1:12). El primer
aspecto se refiere a nuestra vida limpia y consagrada a Dios, y el segundo se refiere a nuestra creencia
en el nombre del Hijo de Dios. Pero: ¿Qué significa exactamente
creer en el Hijo de Dios? Este es un punto crucial que muchos no entienden.
¿Acaso es creer que él es la Segunda Persona de la Trinidad?¿O acaso que él fue
un “buen hombre” o un “Abatar”?
Creyendo en Su Nombre---Jesucristo
La
Biblia dice que debemos creer en el nombre del Hijo. Se lee en el
evangelio de San Juan con respecto a Jesucristo, así: “A lo suyo vino, y
los suyos no le recibieron, mas a todos los que le recibieron, a los que
creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
( Juan 1:11,12 --Ver También; Hechos 3:15,16; 1 Juan 5:13). Creer en su
nombre es creer en su persona mesiánica, pues su nombre es Jesús,
el Cristo (o Jesucristo). Cristo significa
en hebreo Mesías (=el rey de Israel), o sea; Jesús, el
Mesías o Jesús el Rey. Algunos, no obstante, creen que Jesucristo es sólo
un nombre personal, y punto. Pero la verdad es que Jesu-Cristo es un nombre
+ un cargo o rango. El punto es éste: ¿Creemos que Jesús es el Mesías o rey
de Israel prometido? En Mateo 16:15,16 vamos a encontrar a Pedro
reconociendo a Jesús como el Cristo ( ó Jesu-Cristo). Dicen así
los versículos bíblicos: “El (Jesús) les dijo: Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: TÚ (Jesús) ERES EL CRISTO, EL
HIJO DEL DIOS VIVIENTE”. En otras palabras, Pedro creyó que Jesús
era el Cristo ó Jesu-Cristo. Él había creído en el nombre de Jesús, es
decir, que Jesús era el Mesías de Dios. En otra ocasión Jesús tuvo que soportar
la deserción de muchos de sus seguidores porque dejaron de creer en él debido a
sus duras declaraciones. Entonces Jesús les dice a sus apóstoles: “¿Queréis
acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos?
Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente” (Juan 6:66-69).
Nuevamente nótese que los apóstoles habían creído que Jesús era el Cristo, el
Hijo de Dios. O sea, habían creído que Jesús era el Cristo, o Jesu-Cristo.
Habían creído en su nombre completo: JESUCRISTO (o Jesús el Cristo), EL HIJO DE
DIOS. Esto significa, en buena cuenta, que Cristo es el REY DE ISRAEL, el
Mesías o Cristo esperado. Desgraciadamente, millones de cristianos nominales no
saben realmente qué significa el nombre y título: Jesucristo--- ¡Pero
Ud. ya lo está comprendiendo!
El
Significado de “Hijo de Dios”
Vimos
arriba que Jesús es el Cristo o Mesías. Esto equivale al nombre y al título: Jesu-Cristo.
Los discípulos habían creído en el nombre y título ‘Jesucristo’ en todo
su alcance o extensión. Ahora bien, el
título Hijo de Dios equivale igualmente a su rango de Cristo o Mesías.
Esto quiere decir que la frase “Hijo de Dios” corresponde al título de Rey
de Israel. Veamos algunas citas bíblicas:
1.- En Mateo
16:15,16 leemos que Pedro admite que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios.
Es decir que el título Hijo de Dios tiene correspondencia con el título
Mesías o Cristo, el futuro rey
de Israel. No olvidemos que Dios le promete a David, que su hijo Salomón será
su sucesor en el trono, y que se convertirá, al mismo tiempo, en Su hijo
(de Dios) (1 Crónicas 28:5,6). De modo que un hijo de Dios tenía el
rango de rey de la dinastía de David. El Hecho de que Cristo sea el Hijo
de Dios tiene ese mismo parentesco dinástico ciertamente. Es decir, que
Cristo tendrá, como Hijo de Dios, y de David, el derecho de heredar su trono y
reino (de David) en un futuro. En Mateo 1:1 encontramos la verdad inobjetable
de que Jesucristo desciende del rey David, su padre ancestral.
2.- La
relación Hijo de Dios y Rey de Israel se deja ver en las siguientes
palabras de Natanael a Jesús: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú
eres el Rey de Israel” (Juan 1:49). Creer, por tanto, en el Hijo
de Dios, es creer en que él es el futuro Rey de Israel.
Desafortunadamente, son pocos los cristianos hoy que creen realmente que Jesús
será el futuro rey del reino de David, en Israel. Aquí hay definitivamente un
asunto que los cristianos de hoy deben meditar seriamente. Y es que creer en el
Hijo de Dios, llamado Jesucristo ( o Jesús el Cristo), es creer que él, como
Mesías, volverá en persona a Israel para restaurar el reino de rey David, el
cual está temporalmente suspendido todavía desde 586 a.C. (Leer Lucas
1:31-33). Esto significa que Israel
será una monarquía como la Jordana (su vecina), pero además, será
teocrática.
3.- En
Marcos 15:32 encontramos nuevamente la relación Cristo/ Rey de Israel
en las palabras de los escribas y sacerdotes. Dice así el versículo en
cuestión: “El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz,
para que veamos y creamos...”.
Es claro, entonces, que cuando Pedro admitió primero que Jesús era el
Cristo, el Hijo de Dios, lo que estaba aceptando era que Cristo es el Rey de
Israel, el prometido Mesías esperado. En buena cuenta, Pedro había mostrado
su fe en el rey de Israel, Jesucristo, a pesar de que éste no vino con
ejércitos o con un poder militar bien armado. Su fe fue grande en realidad,
porque aceptar a Jesús como el Rey esperado, siendo pobre, y sin poder militar,
sería muy difícil en circunstancias tan especiales. Pero hoy, los que niegan
esta verdad de un Cristo que reinará en Jerusalén, no se dan cuenta que están
torciendo el correcto sentido hebreo-cristiano de la palabra Mesías o Cristo, y
no comprenden la confesión de fe de Pedro registrada en Mateo 16:16.
El
Significado de “Señor”
Nosotros
usamos frecuentemente el titulo “Señor” para los hombres. Decimos: “el Señor
Juan”, “El Señor Pérez”, “el Señor Presidente”, “el Señor Alcalde”, “Su
Señoría”, etc. Pero en el caso de Jesús, el título “Señor” tiene una
connotación hebrea muy particular. San Pablo dice que hay
efectivamente muchos señores, así como hay muchos dioses.
No obstante, Pablo concluye que sólo hay UN SEÑOR y UN DIOS VERDADEROS (Véase 1 Corintios 8:5-6).
Preguntémonos, ¿en que sentido Jesús es el único Señor?¿Qué significa “Señor”
en su caso? Necesitamos saber de qué se trata su señorío en el sentido hebreo. Felizmente la Biblia nos da mucha luz al
respecto. En Lucas 2:11 se nos habla del nacimiento de Cristo, de este
modo: “que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que
es Cristo el Señor”. Aquí hay un anuncio celestial del nacimiento
de un bebé que es Salvador, Cristo y Señor. Acá el señorío de Jesús está
relacionado con su mesianismo. Es decir, Cristo es el Señor porque es el
príncipe que está llamado a ser el rey de Israel. Señor, en su
caso, implica más que Amo, implica Majestad y Soberanía. Él es el Rey
esperado para tomar el trono de David, su ancestro, en Jerusalén. Nótese que el
profeta Zacarías, hablando sobre la futura gloria de Sión, dice: “Alégrate
mucho, hija de Sión; da voces de jubilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey
vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un
pollino hijo de asna...y hablará paz a las naciones, y su SEÑORÍO será
de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra” (9:9,10).
Observemos que el Señorío de Cristo tiene que ver con su poder y autoridad
sobre el mundo entero. Acá se habla del futuro reino de Cristo, cuyo poder y
dominio será mundial, y él será el Soberano sobre los reyes de la tierra
( Ver Apocalipsis 1:5).
Además, es interesante lo que dice el profeta Miqueas sobre el
nacimiento de Cristo, y su posterior señorío sobre Israel, con estas
interesantes palabras: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre
las familias de Judá, de ti me saldrá el que será SEÑOR EN ISRAEL, y sus
salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (5:2).
Nótese que el profeta Miqueas habla de “UN SEÑOR EN ISRAEL”. Esta es una
profecía que no sólo anuncia el nacimiento de Jesús en Belén, sino su futuro reinado
sobre la nación de Israel. El evangelista y apóstol Mateo se refiere a la misma
profecía de Miqueas de arriba, y la cita en su evangelio, así (compárelo por
favor): “Y Tu Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre
los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un GUIADOR (ó REGIDOR) que
apacentará a mi pueblo Israel” (Mateo 2:6). Entonces: ¡Señor es igual a Guiador o Regidor de Israel!
Evidentemente,
Jesús no ejerció su función de regidor del pueblo de Israel, ya que los
suyos (los judíos) no le recibieron cuando se presentó ante ellos personalmente
hace dos milenios (Juan 1:12). Sin embargo, esta función la tendrá que cumplir
cuando regrese nuevamente a la tierra, con sus ángeles de su poder (Mateo
25:31,34). Pablo dice que el reino de Jesucristo está indefectiblemente
asociado con su manifestación en gloria ( Ver 2 Timoteo 4:1).
El Reinado de Jesucristo en Israel:
Su Trascendencia
¿Qué
importancia tiene el hecho de que Cristo será el regidor de Israel?¿Afectará
este gobierno de Cristo sobre su pueblo, el mundo entero? La Respuesta la
encontraremos en la misma Palabra de Dios, la Biblia. El profeta Daniel
vislumbró una Era o Edad gloriosa en la cual un Rey y su reino
cambiarían el mundo, y traerían la paz y la justicia a los pueblos. Es
necesario leer todo el capítulo dos de Daniel, y en especial, el verso 44, que
dice: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un
reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro
pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para
siempre”. Sí, Dios levantará un gobierno monárquico y teocrático que
dominará sobre los demás reinos o gobiernos de la tierra, y que se hará
prominente y duradero por mil años. Está es la última escena del drama de la
historia de la raza humana. Un solo gobierno mundial dominante en la persona
del Hijo de Dios... ¡y la destrucción de los malvados e incorregibles! (Salmo
37).
Es
indiscutible que el hombre es esencialmente político; pues éste ha buscado
siempre el bienestar para él y los suyos. Sí, por milenios los hombres han
luchado por su supervivencia, y han anhelado una justicia social para todos.
Otros han buscado hacerse poderosos, y dominar sobre los débiles; erigiendo
pueblos y naciones prósperas que dominan sobre otros pueblos más débiles para
explotarlos. Los resultados han sido las revueltas, los descontentos, los
derramamientos de sangre, y mil males más. Aún hoy, los pueblos más oprimidos
buscan que no se les explote más, y desean el cambio radical del orden de cosas
imperante, y una justicia social auténtica. Los bancos y grupos económicos
poderosos se enriquecen más y más a costa de los más pobres de las naciones más
endeudadas del planeta. Desgraciadamente, las deudas de los países más pobres
se hacen impagables, y año a año se acrecientan más y más hasta oprimirlos
demasiado. Los políticos ya no saben cómo salir de este problema, y los pueblos
ya no pueden soportar las cargas fiscales que pesan sobre ellos. Los pobres
exigen un cambio, y por eso el reino de Dios es para ellos (Santiago 2:5).
Sin una
justicia real y global, jamás podremos esperar que haya una paz verdadera en la
tierra. Parece que esta justicia social jamás se producirá, porque los ricos
son cada vez más codiciosos de dinero y poder, y no les interesa para nada el
sufrimiento de los desposeídos. Estos ya están de antemano condenados por Dios,
a menos, claro, que se arrepientan a tiempo. Dice Santiago 5:1-6 de los ricos: “¡Vamos
ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras
riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla, vuestro oro
y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará
del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días
postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras
tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores
de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos.
Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado
vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al
justo, y él no os hace resistencia”. Lo que se condenó hace dos
milenios, se condena aún hoy. Además, el socialismo también fracasó en sus
intentos de cambiar esta injusta situación social, porque el problema está en
el hombre mismo, quien desgraciadamente se encuentra alejado de Dios y de Su
voluntad, y además, está sumido en sus bajas pasiones. Así lo revela Santiago
4:1 con estas palabras: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre
vosotros?¿No es de vuestras pasiones, los cuales combaten en vuestros
miembros?”. Entonces, La tarea consiste en cambiar al hombre para que
se rinda a Dios y le obedezca. La separación del hombre de su Dios lo ha
llevado a la ruina y al fracaso. Jesús dijo que apartado de él el hombre
nada podía hacer (Juan 15:5).
En la
profecía de Isaías, el profeta nos anuncia una era maravillosa en donde todos
los males e injusticias de la tierra desaparecerán, cuando Dios mismo tome las
riendas del poder de este mundo a través de su Cristo. Dice así el profeta
Isaías: “Lo que vio Isaías hijo de Amoz acerca de Judá y de Jerusalén.
Acontecerá que en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de
la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los
collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y
dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos
enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la
ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y
volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada
nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (2:1-4).
Aquí el
profeta nos habla de una era maravillosa en donde los conflictos bélicos
desaparecerán por completo. Será una edad en donde Dios dominará sobre los
pueblos a través de su Cristo, el futuro rey de Israel. Sobre este Cristo
venidero, el profeta Hageo nos dice lo siguiente: “Y haré temblar a todas
las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de
gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos” (2:7).
Efectivamente, vendrá el Deseado de todas las naciones, el hombre ideal
para gobernar a los pueblos con equidad. Además, véase que Dios llenará de
gloria su casa, o sea, el nuevo templo que habrá en la ciudad de Jerusalén.
Jesús
Vino a Anunciar su Reinado Milenario
El
propósito de la primera venida de Jesucristo fue precisamente el de anunciar la
cercanía de su reinado milenario en Jerusalén. En Lucas 4:43 él
reveló la razón por la cual Dios lo envió al mundo hace dos milenios: “Es
necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de
Dios; porque para esto he sido enviado”. Esta verdad es
trágicamente ignorada por millones de “cristianos”--- Imagínese amigo lector:
¡Millones de cristianos no saben para qué vino Cristo al mundo hace dos
milenios! Pruébeselo usted mismo, preguntándoles sobre el motivo de su venida
al mundo, a los que se enorgullecen de ser cristianos, ¡y usted se sorprenderá
de escuchar diferentes respuestas! Ahora para usted, lector, queda claro que
Jesucristo vino con un propósito definido---el de anunciar su reinado
milenario en Israel. A este anuncio de su reino milenario judío, Jesús lo
llamó: “El Evangelio del Reino”. Es por eso que Jesús comienza su
ministerio predicando ese reino (Marcos 1:1,14,15) y también lo finaliza dando
más detalles del mismo a sus discípulos más íntimos (Hechos 1:3).
El Reino
de Dios es el mensaje que trajo Cristo al mundo, el cual se encuentra delineado
en toda la Biblia, tanto en el Antiguo, como en el Nuevo Testamentos. Es por
eso que los eruditos en Biblia reconocen que el Reino de Dios es el tema
central de la Biblia, y es el mensaje central de Cristo y sus
apóstoles. En Lucas 8:1 leemos de la predicación apostólica, así: “Aconteció
después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y
anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él”.
En el capítulo 9 de Lucas, y verso 2, leemos además: “Y los envió
(Jesús) a predicar (a sus apóstoles) el reino de Dios, y a sanar a los
enfermos”.
El Reino
de Dios significará la solución de todos los males de nuestra sociedad, pues
Jesucristo regirá con equidad el mundo con su iglesia leal, desde la ciudad de
Jerusalén. En la Parábola de la Diez Minas de Lucas 19:11-27,
leemos que los discípulos creyeron, por un momento, que el reino de David era inminente cuando
vieron a Cristo entrar en Jerusalén, la ciudad del Rey. Pero Jesús, en el verso
12, les explicó que él primero tenía que regresar al cielo para recibir un
reino y luego volver para restaurarlo.
En otra
oportunidad, cuando Cristo aparece ya resucitado, los discípulos siguen
conversando con él sobre su reino por espacio de cuarenta días
(Hechos 1:3). De ese “seminario intensivo” acerca de su reino milenario, surgió
una pregunta de los discípulos: “¿Señor, restaurarás el reino a Israel
en este tiempo”? (Hechos 1:6), y Jesús sólo se limita a
responderles que el tiempo sólo lo sabe Dios (v.7).
Entonces el tiempo de la restauración del reino de David sólo
lo sabe Dios, y esto significa que es imposible dar una fecha exacta o
aproximada de este magno suceso que conmocionará el mundo. Lo cierto es que ese
reino o gobierno de Cristo se inaugurará cuando, y sólo cuando, él regrese
por segunda vez a la tierra desde los cielos. En Mateo 25:31,34 Jesús explica
este asunto del reino, y revela lo siguiente: “Cuando el Hijo del Hombre
venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en
su trono de gloria...entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos
de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la
fundación del mundo”.
Buscando
el Reino de Dios y Su Justicia
¿Qué
debe estar buscando un verdadero cristiano?¿el cielo? o ¿qué? El Señor
Jesucristo responde esta pregunta de la siguiente manera: “Mas buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas” (Mateo 6:33). Y
también dijo que pidiéramos, en la “oración modelo del Padre Nuestro”: “Venga
tu reino”, hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”
(Mateo 6:10). En esta parte de la oración del “Padre Nuestro” Jesús
enseña que pidamos por la venida del reino de Dios---¿para qué? ¡Para que se
haga la voluntad de Dios en la tierra, así como se hace en el cielo! Pero
definitivamente la voluntad de Dios no se está haciendo cabalmente en la tierra
como se hace en el cielo. En el cielo no hay rebeliones, guerras, hambres,
injusticias, pecados, contaminaciones, y cosas como éstas; de modo que vendrá
el día en que la voluntad de Dios sí se hará completamente en la tierra como se
hace en el cielo. La tierra será un pedacito de cielo. No obstante, millones
que rezan el “Padre Nuestro”, no saben lo que están pidiendo cuando
repiten aquella parte de la oración que habla de la venida del reino, y
desafortunadamente se han convertido en repetidores autómatas. Insistimos
nuevamente que tales orantes no saben qué es eso que Jesús nos mandó a pedir: “Venga
tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.
En la
Biblia siempre encontraremos un interés profundo por la venida del reino de
Dios. Por ejemplo, José de Arimatea, un discípulo de Jesús, quien cedió
un pedazo de su tierra para sepultar a Jesús, también esperaba el reino de Dios
(Marcos 15:43). Y aquel joven que fue invitado por Jesús a seguirle, y que le
pidiera permiso para sepultar primero a su difunto padre, Jesús le dijo: “Deja
que los muertos entierren a sus muertos; y tu vé, y anuncia el reino de Dios”
(Lucas 9:59,60). Y otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame que me
despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que
poniendo su mano en el arado mira hacia tras, es apto para el reino de Dios”
(Lucas 9:61,62). Y a un joven rico, Jesús le exigió que repartiera sus riquezas
a los pobres, y que una vez hecho eso, le siguiera para ganar la vida eterna
(Mateo 19:16-25). Cuán evidente es el hecho de que la anunciación del reino de
Dios era---y es--- algo de suma importancia que supera a todos los
intereses temporales de esta vida.
Los
judíos, contemporáneos de Jesús, estaban a la espera del reino de Dios, o de la
restauración del reino de David, a través del Mesías esperado. En esos tiempos
los romanos habían subyugado al pueblo judío, y los tenían oprimidos y
explotados. Antes de la venida de Jesús, hubo cierto grupo de judíos llamados:
“los zelotes”, que habían provocado revueltas con el propósito de liberarse del
opresor extranjero, pero fueron aplastados. En Masada, cientos de
revolucionarios judíos prefirieron suicidarse antes de caer en manos de sus
enemigos. Pero el fracaso de los zelotes no desanimó a los judíos patriotas,
pues siguieron esperando por la aparición del Mesías con su fuerza armada
poderosa que le pudiera hacer frente al invasor europeo. Sin embargo, cuando
apareció Jesús como el Mesías, sus paisanos judíos no podían aceptarlo, puesto
que su manifestación como un hombre humilde, no podía ser la de un rey
libertador. Les era imposible creer en ese pretendido Mesías que venía a su tierra sin un ejército poderoso y
victorioso. Su rechazo fue automático, implacable, y sin meditación de las
profecías de las Escrituras.
Jesús
les había explicado a sus paisanos judíos que todo lo escrito en las Escrituras
tendría que cumplirse en él(Lucas 24:44). En la sinagoga de Nazaret, Jesús hizo
mención de la profecía de Isaías ---en el capítulo 61--- que hablaba de
su misión para su primera venida. Pero Jesús sólo leyó el primer verso,
y parte del segundo, y luego cerró el libro, a pesar de que éste contenía once
versículos. ¿Por qué no leyó Jesús todo el capítulo 61 de Isaías? Es claro que
Jesús sólo vino a cumplir una pequeña parte de esa profecía Mesiánica en su primera
venida, la cual no decía nada de una revolución militar para
derrocar al invasor de ese entonces. Su misión sería más bien la de ser ungido
para proclamar el evangelio a los pobres; a sanar a los quebrantados de
corazón; a pregonar libertad a los cautivos (por el diablo, Col.1:13), y vista
a los ciegos (físicos y espirituales), a poner en libertad a los oprimidos (por
el diablo), y a predicar el año agradable del Señor. No obstante, los judíos
entendieron que esto tenía que ver con su liberación del yugo romano, la
cual, de hecho, no ocurrió en su primera venida. Entonces esa liberación fue
una de carácter espiritual y moral, y no de una potencia extranjera
dominante. Ya en su segunda venida, o segunda presentación personal, él
cumplirá con el resto de las profecías concernientes a su misión en la tierra.
Estas profecías por cumplirse incluirán la verdadera liberación del yugo
opresor que tendrá Israel nuevamente en el fin de los tiempos de los gentiles,
y el consiguiente reestablecimiento del antiguo reino monárquico-teocrático de
David en ese país de Dios.
Jerusalén---la Ciudad del Gran Rey
Davídico
Hoy en
día los judíos ortodoxos están esperando aún la primera venida de Cristo---la
cual es la Segunda para los cristianos. Cuando Jesús venga con todo su poder,
entonces los judíos por fin creerán en él (Romanos 11:25-28). Para ese
entonces, Jesús volverá a su país Israel para liberar a su pueblo de sus
enemigos árabes, camitas (los asiáticos), y Jafetitas (los europeos) que se
habrán reunido para combatir contra el Mesías que ha regresado. Jesús regresará
justo a tiempo cuando, los poderes de occidente y del oriente se hayan
congregado para luchar contra el pueblo hebreo, con la finalidad de borrarlos del
mapa. Esto lo predijo David en el Salmo 83:1-18, Zacarías 14:11,12, Ezequiel
38, etc. Hoy vemos cómo la nueva nación de Israel está constantemente amenazada
por sus vecinos enemigos, sufriendo intimidaciones y atentados terroristas por
parte de los palestinos principalmente. La iglesia católica, encabezada por el
Papa Juan Pablo II, está promoviendo la internacionalización de
Jerusalén, en vez de que siga siendo una ciudad soberana de los judíos,
desconociendo así flagrantemente lo profetizado por Dios, en el sentido de que
Jerusalén es la ciudad de del Dios bíblico, y de su Cristo (Mateo 5:33-35).
Jamás Dios la prometió para los iraquíes, griegos, iraníes, romanos, sirios,
libios, turcos, palestinos o alemanes inconversos. Jerusalén es la ciudad de YHWH
y él la prometió a Abraham y a su simiente (singular)(Génesis
13:15; 15:18, Gálatas 3:16,29).
También
Jesús predijo que Jerusalén sería pisoteada por los gentiles, hasta que los
tiempos de los gentiles se cumplan (Leer en seguida Lucas 21:24). No es de
extrañar lo que ha venido ocurriendo con Jerusalén en los últimos 2,500 años.
Todo lo que le ocurre ahora estaba profetizado por los profetas y por Cristo
mismo. Pero llegará el día en que “Los tiempos de los gentiles” se
cumplan para dar paso a los tiempos de los judíos. En esta
oportunidad, la bendición del mundo vendrá de los judíos (Juan 4:22), de
aquellos verdaderos hijos de Abraham, los hijos de la fe. El Señor Jesús, el
judío por excelencia, será el líder de la nueva Era Venidera de justicia, la
cual él inaugurará con sus elegidos de todos los tiempos: los que esperaron en
él y creyeron en su nombre.
Israel
es el “reloj de Dios”, pues lo que ocurre en esa pequeña nación hoy nos
orienta y nos da más luz de lo que está por acontecer en el mundo entero. Desde
el renacimiento del estado judío el 12 de Mayo de 1948, los estudiantes de la
Biblia están conscientes de que el regreso de Jesús en gloria no se tarda, pues
Jesús explicó en Mateo 24 que la generación final que viera cumplirse
todo lo profetizado por él en ese capítulo de Mateo, le vería venir también a
él en gloria, y serían testigos del reestablecimiento de su reino en Jerusalén
(Mateo 24:34).
Es
Necesario Nacer de Nuevo para Ver y Entrar en el Reino
Jesús le
dijo al Fariseo Nicodemo que era necesario que él “naciera de nuevo”
para ver y entrar en su reino (Juan 3:3-5). Sin duda, Nicodemo se quedó
perplejo con tal exigencia del Maestro, y le volvió a preguntar: ¿cómo podría
nuevamente entrar en el vientre de su madre y nacer siendo viejo? A lo que
Jesús le contestó que debía más bien nacer de otra forma: de agua y del
Espíritu.
El agua,
si bien se refiere muchas veces a la Palabra de Dios, pues ella lava como el
agua (Juan 15:3, Efesios 5;26), no obstante, en este caso, Jesús se refería al bautismo
por inmersión para recibir el Espíritu Santo (Véase Hechos 2:38). Vemos,
por ejemplo, a Felipe, un discípulo prominente de Jesús, predicando el
evangelio del Reino y el nombre de Jesucristo, y bautizando a sus creyentes
(Hechos 8:12). El bautismo era una práctica común para ser parte de la iglesia
de Cristo, y en consecuencia, para ingresar en el reino de Dios (Hechos
2:38-47). Y finalmente, la gran comisión de Cristo dada por él mismo, poco
antes de su partida al cielo, fue: “Y les dijo: Id por todo el mundo y
predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será
salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:15,16). ¡El
bautismo sigue siendo una exigencia para ser salvo aun hoy! (Ver también 1
Pedro 3:21).
Reyes
en el Reino de Cristo
Una vez
que los creyentes se bautizan, son ungidos por el Espíritu Santo para ser reyes
en el reino de Cristo. Así como Jesús fue ungido por el Espíritu Santo para ser
el Rey del reino venidero de justicia, los creyentes son igualmente ungidos
(=cristos) como Jesu-Cristo para también regir como reyes en el mundo de mañana
(Véase 2 Corintios 1:21). Los creyentes de todas las épocas, en el reino
milenario de Cristo, tendrán una responsabilidad importante en el gobierno de
las naciones de esta tierra. Veamos algunos
pasajes de la Biblia:
Apocalipsis
5:10: “Y nos has hecho para
nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”. Apocalipsis
2:26: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le
daré autoridad sobre las naciones”. Mateo 19:28: “Y
Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del
Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también
os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a
las doce tribus de Israel”.
Isaías 32:1: “He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes
presidirán en juicio”. Salmos 122:5: “Porque allá
(en Jerusalén) están las sillas del juicio, los tronos de la casa de
David”.
Todos
estos pasajes nos muestran que los cristianos están llamados a conformar un
nuevo gobierno mundial divino que traerá la paz y la justicia verdaderas a la
tierra. Nosotros, como Jesús, hemos nacido para tener la oportunidad de cambiar
los destinos de este mundo malo, si creemos en Cristo y en su evangelio del
reino de Dios. Jesús quiere que hoy los hombres se identifiquen con él y su
causa, y se hagan miembros de su “partido” por llamarlo mundanamente. Este
partido es su iglesia verdadera y mesiánica. El desea formar hombres probos y
limpios que hayan vencidos las tentaciones mundanales, tal como lo hizo Jesús
en su vida terrena para hacerlos reyes de su reino milenario (p.e Mateo 4). Él
está llamando a los nuevos dirigentes de la nueva sociedad que inaugurará al
volver con sus ángeles a la tierra. Hoy debemos mostrar si somos idóneos para
el reino, por medio de “no mirar hacia atrás”. Recordemos a la mujer de Lot
(Lucas 9:62; 17:32). Hoy es el día de la salvación (Ver 2 Corintios 6:2). Hoy
es el día en que tu vida puede tener futuro. Hoy es el día en que puedes
construir tu inmortalidad. Decídete por Cristo y su reino y serás dichoso para
siempre.
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Mayor Información Escribir a:
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molceses@hotmail.com