JESUCRISTO: EL HIJO DEL REY DAVID
Una
Verdad Ignorada por Millones
En Mateo 1:1 se registra que Jesucristo
es el hijo de David. Pues bien, ¿Qué importancia tendría que
Jesús descienda del célebre rey David? La mayoría de cristianos no tiene ni la
menor idea del porqué de esto, y aún los más entendidos yerran. Es hora que los
verdaderos cristianos comprendan el verdadero significado de esta casta real,
pues por algo lo menciona el evangelista y apóstol San Mateo. Obviamente
Jesucristo es de “sangre azul”, un príncipe de Judá, un sucesor y
heredero del rey David.
Pues bien, siendo que Jesús es el
descendiente del rey David, él sin duda tiene el derecho de heredar su reino
cuando éste se restaure en Jerusalén a su regreso en gloria, y acompañado de
sus ángeles (Mateo 25:31). Aceptemos que Dios efectivamente restaurará el reino
de David en Israel, y que Cristo estuviese en la tierra para ese entonces: ¿a
quién pondría Dios sobre el trono de David? A Jesús, ¿no le parece? Además, con
los excelentes pergaminos que ostenta Jesucristo, Dios no titubearía en
asignarlo o nombrarlo como el nuevo rey judío. Pues sorpréndase: ¡Dios ya lo
asignó como tal hace 2 mil años! Tome nota de lo que dijo Pedro al respecto: “Sepa,
pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros
crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos
2:36).
Ahora vayamos por partes aquí: ¿Qué significa el hecho de que
Jesús haya sido hecho por Dios: Señor y Cristo? Aquí nuevamente
los más de los cristianos vuelven a fallar. Sus respuestas suelen ser tan
variadas y contradictorias. Y cuando se les pregunta específicamente a los
creyentes “cristianos” acerca del significado de la palabra CRISTO, ellos
generalmente no responden de la misma forma cómo está explicado en la Biblia.
Esto es sorprendente e inaudito entre aquellos que dicen ser de “Cristo”.
El
Significado de la Palabra CRISTO
En Lucas 23:2 leemos: “Y
comenzaron a acusarle, diciendo: A éste hemos hallado que pervierte a la
nación, y que prohíbe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el
Cristo, un rey”. Pues bien, aquí está la verdadera explicación
de lo que significa Cristo, es decir: UN REY. En el caso de Cristo: “el
gran rey” (Mateo 5:33-35). Por tanto, cuando Pedro dice que Dios hizo a
Jesús---CRISTO, lo que quiso decir era que lo hizo REY, un rey que aún no reina
en el reino de David, pues Jesús mismo afirmó que su reino no era de este mundo
o era maligna (Juan 18:36). Como dice The Zondervan Pictorial Enciclopedia
of the Bible col. 1, pág.171: “...Porque era costumbre ungir a los reyes,
la frase “el ungido del Señor” llegó a ser sinónimo de rey”.
También es interesante leer Marcos 15:32, donde dice: “El Cristo,
Rey de Israel, descienda ahora de la cruz”. También Juan 1:41,49.
Cristo, por tanto, se asocia con el término rey.
La palabra Cristo, del hebreo Mesías, significa “el
ungido”. El agente ungido de Jehová: Los reyes de Israel fueron ungidos
con aceite en el nombre de Dios, que simbolizaba su investidura con el Espíritu
de Dios. El término Mesías fue usado más tarde para determinar a un “rey
venidero”, a un esperado líder majestuoso de la descendencia de David
que restauraría el reino a Israel. Un rey que haría todas las cosas nuevas,
consagrado como el vicegerente de Jehová (Yahweh) en Israel.
Este hijo de David, quien era esperado con expectativa por la nación judía, era
el Mesías (Cristo) por excelencia, un término que ha sido interpretado en
griego por Cristos. (Ver The New American Bible Dictionary & The Zondervan Pictorial
Enciclopedia pf the Bible vol.2, pág.344).
El Significado
de la Palabra SEÑOR
El término Señor en el caso de Cristo
es indicativo también de REY. Por ejemplo: En 1 Samuel 24:8 leemos lo
siguiente: “También David se levantó después y saliendo de la cueva dio
voces detrás de Saúl diciendo: ¡Mi Señor el rey!”.
También el término
Señor para Jesús es sinónimo de Rabí (Maestro). Hay un ejemplo
excelente en Juan 4:11. Aquí hay una mujer Samaritana que conoce recientemente
a Jesús, pero él no se presenta aún como el Mesías. Ella lo ignora totalmente.
Sin embargo ella se dirige a Jesús como Kyrios (Señor).
“La mujer le dijo: Señor,
no tienes con qué sacarla y el pozo es hondo”.
La palabra en este
pasaje es Kyrios. Es aplicada a Jesús, y es usada como señal de respeto,
como Señor.
Habiendo hecho estas dos
necesarias atingencias, vamos a reseñar cómo las Escrituras nos presentan a
Jesús como el Rey que vendrá a la tierra para restaurar el reino suspendido del
rey David. Es necesario que los cristianos (o mesiánicos),
retomen su expectativa en el Mesías venidero, y prediquen su esperanza
mesiánica a todos los hombres de la tierra. Cuando decimos “esperanza
mesiánica” nos referimos a la esperanza de la venida de nuestro rey que
reinará (o regirá) en el mundo desde la ciudad capital de Jerusalén. Comencemos
primero con una promesa que Dios le hizo al rey David hace aproximadamente tres
milenios.
El
Pacto de Dios con el Rey David
Dios le anunció el
evangelio o buenas noticias a David por intermedio del profeta Natán, diciendo:
“Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré
después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y
afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para
siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mi
hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de
hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de
Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino
para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente” (2
Samuel 7:12-16).
Esta profecía es dual
a todas luces. Nótese que Dios le asegura a David que Él
afirmará su reino. También le dice que afirmará el trono de su reino, el cual
será estable eternamente. Ahora bien, en esta profecía se hace alusión a
Salomón por un lado, quien se encargó de edificar casa a Su nombre (el de
Dios). Esto lo hizo Salomón al edificar el templo---“el templo de Salomón”.
Este fue magnífico y esplendoroso. A este rey castigaría Dios si no le fuere
leal y recto.
El otro lado de la moneda es que
el trono de David aún no ha venido a ser estable eternamente. La prueba
la tenemos cuando vemos que ya no existe el trono de David en Jerusalén.
Salomón mismo cayó en pecado y fue reprochado por Dios. Al morir él, sus hijos
disputaron su trono, el cual produjo la división del reino en dos: Las tribus
del norte y las del sur. Más adelante el templo sería destruido. Pero nótese el
dualismo profético. Aquí aparece un personaje que será Hijo de
Dios, y cuyo trono y reino verdaderamente serán estables eternamente. Esto nos
lleva a concluir que el reino davídico “resucitará” o será
restaurado nuevamente como antaño. No hay otra salida posible.
Una
Profecía Bíblica Pasada por Alto
La prueba bíblica que confirma la
restauración del reino de David la encontramos en Ezequiel 21:25-27.
Esta fue una profecía declarada al último rey davídico impío que tuvo Israel en
el año 586 A.C. Dice Así: “Y tú, profano e impío príncipe de Israel,
cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la consumación de la maldad, así ha dicho
Jehová el Señor: Depón la tiara, quita la corona; esto no será más así; sea
exaltado lo bajo, y humillado lo alto. A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y
esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo
entregaré”. Compare con Lucas 1:32,33.
Esta profecía nos lleva a la conclusión de que aparecerá
un descendiente de David que retomará el trono, el reino, y la ciudad de David
para reinar sobre el pueblo hebreo. Este personaje será el Hijo de Dios y el hijo de David. A este
Mesías (Ungido), repito, se le dará el trono, la tiara, y la corona de David
para que restaure el reino de aquel célebre rey en Jerusalén. Y recuerde, el
reino de David era el reino de Dios. Luego: ¡El Reino de Dios será
restaurado a los Israelitas! Compruebe usted cómo la Biblia afirma tajantemente
que el reino de David era el mismísimo reino de Jehová Dios en 2
Crónicas 28:5. Por tanto, cuando Cristo predicaba el reino de Dios,
él estaba anunciando la restauración del reino de David a los Israelitas o
judíos (Hechos 1:6,7). El rey venidero de Israel vino a “confirmar las
promesas hechas a los padres”, incluyendo a David (Romanos
15:8). Nótese que Pablo dice que Jesús vino a confirmar (revalidar
o corroborar) las promesas de Dios---¡No a cancelarlas o cumplirlas! Su
cumplimiento o restauración sería para su segunda venida (Hechos
3:20,21).
Jesucristo es Hijo de Dios e hijo de David
Muy pocas
personas se han puesto a reflexionar de que Cristo es el Hijo de Dios y también
de David, en la carne. También son pocas las personas que han reflexionado
seriamente en el anuncio completo del ángel Gabriel a María, el cual
incluía: “Y este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el
Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la
casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas
1:32,33). ¿Se da cuenta usted de la relación que tiene este anuncio angelical,
con la promesa que le hizo Dios a David en 2 Samuel 7:12-16? ¡Es claro! Jesús
será el rey que restaurará el reino “suspendido” de David en Jerusalén. Jesús
mismo afirmó que Jerusalén ES (no fue) la ciudad del gran rey
(Mateo 5:33-35). Además, Jesús mismo le
había admitió a Pilatos que él había nacido para ser el verdadero Rey judío o
Mesías (Juan 18:37).
La
Expectativa Mesiánica del Pueblo Hebreo
Debido a las
promesas mesiánicas de una futura restauración del reino davídico en Jerusalén,
es lógico esperar que cuando los paisanos y discípulos de Jesús le vieron
ingresar a Jerusalén (la ciudad de David, la sede de su trono) empezaran a
exclamar con razón: “¡Bendito el reino de nuestro padre David que
viene!¡Hosanna en las alturas! Y entró Jesús en Jerusalén...!
(Marcos 11:10,11).
Estamos viendo que los seguidores de Jesús creían que
Cristo restauraría inmediatamente el reino de David en Jerusalén.
En Lucas 19 Jesús se ve precisado a pronunciar la Parábola de la Diez Minas,
pues los discípulos creían que el reino se manifestaría inmediatamente.
Nótese que el verso 11 de esta parábola NO tenía como fin
recalcar que el reino jamás se restablecería en Jerusalén, sino más bien, el de
enseñar básicamente que dicha anhelada restauración no sería inminente,
sino para su segunda venida en gloria. Jesús enseñó que primero tenía
que ir al cielo para recibir la autoridad del Padre, y luego volver (Lucas
19:12). Volver para regir el mundo desde el trono de David en la tierra
prometida a Abraham y a su descendencia (Ver Génesis 13:15;15:18; Gálatas
3:16,29; Mateo 25:31,34).
Pero lo más
interesante de todo---y que desgraciadamente pocos advierten--- es la pregunta
final de los discípulos a Jesús que está registrada en Hechos 1:6. Esta
dice así: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”.
Aquí vemos la esencia de toda la predicación de Jesús: La restauración del
reino davídico a los Israelitas creyentes en general. Aquí está la pregunta que
resume todo lo enseñado por Jesús para el futuro. Pero los “cristianos” contemporáneos
sostienen que la pregunta de los discípulos estuvo errada, pues pensaban en un
reino nacional y no “espiritual”. ¡Pero Jesús nunca los corrigió o
amonestó por semejante “inoportuna y torpe” pregunta! Él sólo se limitó
a decirles que el tiempo de la tan esperada restauración nacional del reino
davídico sólo Dios lo sabía (Hechos 1:7). Pero desgraciadamente este punto
muchos cristianos no lo entienden en verdad debido a sus ideas preconcebidas, y
prejuicios antisemitas. La iglesia Católica es la responsable de ello. Ella ha
transferido el reino nacional judío al ámbito de lo “espiritual”. Para
los católicos el reino es la iglesia misma católica, el cuerpo místico
de Cristo. Pero para aceptar esto habría que mutilar muchos versículos
de la Biblia que hablan de una futura restauración nacional del pueblo hebreo y
de su reino davídico, resultando así una Biblia ininteligible y recortada. Pero
nosotros creemos que la iglesia es más bien la heredera del reino
futuro que se inaugurará en la tierra (Mateo 25:34). He aquí algunas razones
por las cuales el reino no es la iglesia: Primero, no se puede ingresar en el
reino de Cristo con nuestros cuerpos de “carne y sangre” (1 Corintios
15:50); en cambio, a la iglesia de Cristo los hombres sí pueden entrar con cuerpos
de “carne y sangre”. Segundo, a la iglesia ingresan los recién bautizados,
los cuales aún son “niños espirituales” y que requieren crecer en la fe
a través de las enseñanzas impartidas por los líderes (Pastores y
maestros---Hechos 2:41, Efesios 4:11-16). En cambio, para ingresar en el reino
milenario de nuestro Señor Jesucristo, es necesario haber crecido
en la fe y haber perseverado hasta el final de nuestra
carrera cristiana (2 Pedro 1:5-11, Hechos 14:22).
La Expectativa de los
Cristianos
La expectativa de los cristianos es la
expectativa que tuvieron los fieles hebreos del Antiguo y Nuevo
Testamentos. Ya el apóstol Pablo había
dicho que sólo hay una sola esperanza de nuestra vocación (Efesios
4:4). También él dice: “que son
israelitas, de los cuales son (no eran) la adopción, la gloria, el
pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas”
(Romanos 9:4). además Pablo afirma que los injertados (creyentes
gentiles) en el buen olivo (el pueblo israelita) se nutren de su rica
savia (los pactos y promesas que Dios hizo con los padres---Romanos
11:17,18). Jesús, por su lado, dijo que “la salvación viene de los judíos”
(Juan 4:22). Esto significa que los judíos tienen un lugar de preeminencia
sobre todos los pueblos, pues dice Pablo: “¿Qué ventaja tiene, pues, el
judío? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido
confiada la palabra de Dios” (Romanos 3:1,2).
La Biblia enseña
que si bien todos los hombres han pecado (judíos y no judíos), no
obstante Dios sigue tratando con su pueblo Israel de manera especial. Pablo
afirma que “Dios no ha rechazado a su pueblo al cual desde antes
conoció” (Romanos 11:1,2). Y si bien es verdad que muchos hebreos
resultaron infieles, un remanente permaneció fiel para recibir los pactos que
Dios hizo con sus padres de antaño. Pactos que aún están pendientes para
cumplirse, entre los cuales están la herencia de la tierra prometida, y la
permanencia del trono de David con Cristo reinando desde Jerusalén con su
iglesia.
La iglesia Católica
siempre mantuvo que Israel, como nación, quedó destituida de todos sus derechos
como pueblo elegido de Dios. Enseñaron que la “nueva Israel” es la Iglesia que
ellos llaman: “La Santa Madre Iglesia Católica”. Esto no es verdad, pues
trastoca las promesas hechas a los padres del Antiguo Testamento resumidas en
Génesis 13:15;15:18; 2 Samuel 7:12-16, y que fueron confirmadas por Jesús
(Romanos 15:8)
La
Iglesia de Cristo
El pueblo de Dios es el pueblo de la fe.
Inicialmente los fieles bíblicos hebreos (de raza) fueron el
pueblo de Dios y Su nación escogida. En el Nuevo Testamento vemos a hebreos de
raza---convertidos a Cristo---como miembros de la iglesia mesiánica. Esta
iglesia mesiánica hebrea era Su pueblo. Luego vinieron los no
judíos a la fe y se añadieron a la iglesia Mesiánica Hebrea (o el
verdadero pueblo escogido Hebreo). Los no judíos se volvieron hebreos
por adopción y por fe (Romanos 2:28,29). El pueblo hebreo escogido estaba ahora
compuesto por hebreos naturales (de raza) y hebreos por adopción o
nacionalización. Los creyentes hebreos siguieron siendo Hebreos, y los
no Hebreos convertidos a la fe se tornaron en Hebreos (o judíos) por adopción.
Pablo explica que por la fe, los dos pueblos (judíos y gentiles) son uno, de
modo que ambos ya pertenecen a la CIUDADANÍA DE ISRAEL (=
ciudadanía Judía)(Efesios 2:11-18). La ciudadanía Israelita no desaparece sino
que permanece, y los no judíos se hacen parte de la ciudadanía Hebrea
por la fe en Cristo (Gálatas 3:7,16,29). La nación de Israel sigue viva como
nación, la cual está ahora compuesta
por gentes que se constituyen en “hijos de Abraham (=hebreos naturales y
adoptivos)” por identificarse con su fe (Gálatas 3:7,9,29). Ya dentro de la iglesia o pueblo escogido de
los Hebreos, no existe la clásica distinción de “judíos y gentiles”, pues ambos grupos de creyentes
son todos ahora judíos (o Hebreos) e hijos de
Abraham por la fe (La verdadera Israel de Dios).
El punto es que la Israel de Dios (el pueblo de
Dios) es un pueblo eminentemente judío o Hebreo. Los gentiles son ahora
considerados por Dios como judíos por su fe en Cristo
y en las promesas que Dios le hizo a Abraham y a su descendencia (Jesucristo).
Los no judíos han sido injertados en el tronco del olivo Hebreo para
nutrirse de la promesas que Dios le hizo a los padres Abraham, Isaac, y Jacob,
y al rey David. Los no judíos son considerados como judíos para Dios, y en
consecuencia, tendrán todos parte en el reino mesiánico judío que restaurará el
rey judío Jesucristo. La salvación, dijo Jesús, viene de los judíos (Juan
4:22). Rechazar a los judíos es rechazar la salvación. Sin los judíos no habría
futuro.
¿Para qué regresa Jesús al mundo? Pues, ¡para
sentarse en el trono del rey David, su ancestro! Esto lo reveló Jesús mismo en Mateo
25:31,34. Él dijo que volvería con sus ángeles para sentarse en su trono de
gloria. Él había anunciado ese magno momento en varias ocasiones, cuando habló
de su parusía o segunda venida. En Juan 14:2,3 Jesús habló que volvería para
estar con nosotros en el lugar donde estaba antes de partir al cielo. Nótese la
frase “para que donde yo estoy (Jerusalén) vosotros también estéis”
(verso 3).
Antes Jesús había
afirmado que su reino no era de este mundo o era maligna gobernado por el
diablo y sus agentes. Por eso, cuando sus seguidores estaban esperando el reino
mesiánico, Jesús enseñó que para participar de él, primero era necesario “nacer
de nuevo” (Juan 3:3,5). Este renacimiento tiene que ver con la transformación
de nuestros cuerpos mortales. El apóstol Pablo enseñó que “carne y
sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1 Corintios 15:50). En buena
cuenta, cada creyente tendría que experimentar la misma transformación que tuvo
Jesucristo al resucitar. El dejó de ser “carne y sangre”
(=mortal) para convertirse en un ser humano inmortal que no
requeriría de sangre para vivir sino del Espíritu de Dios en él.
Recordemos que el Jesús resucitado no pudo tener sangre pues la había vertido
en la cruz del calvario. En realidad Jesús sólo tenía “carne y huesos” pero no sangre (Lucas
24:39). El fue resucitado o vivificado en el espíritu o por el Espíritu de Dios
en él (Romanos 8:11).
Los cristianos estamos llamados a
participar del reino de Cristo (Lucas 12:32, Apocalipsis 3:21, Lucas 22:29), y
para lograr esto, primero seremos transformados a la semejanza de Cristo. Los
creyentes esperan con anhelo el retorno de Cristo, pues es la bendita esperanza
de todos los mesiánicos (Tito 2:13). Y decimos que es la bendita esperanza
porque su retorno significará la salvación de todos los creyentes (Hebreos
9:28; 1 Pedro 1:5). A su vez, la salvación significará nuestra entrada en el
reino milenario de Cristo con vida eterna (Estudie este texto con cuidado:
Lucas 18:18-26).
Por: Ing° Mario A Olcese, Lima/Perú. Fin
e-mail:
olcesemario@latinmail.com
e-mail:
molceses@hotmail.com